miércoles, 27 de enero de 2016
Como la vida misma
Es viernes por la tarde, termino mi jornada laboral, no tengo que volver a ella hasta el lunes. Trabajo en una tienda de comestibles desde hace dos años.
Al llegar a casa, oigo la voz infantil de mi niño que, con siete años recién cumplidos, canturreaba:
-Devórame otra vez…devórame otra vez…
Al verme, saltó a mis brazos diciendo:
-Mira mamá ¡se me ha caído un diente!
Yo, dándole un beso en la mejilla, le digo:
-¡Que bien! esta noche lo pondremos debajo de la almohada, y ya verás como, mañana, el ratoncito Pérez te traerá un regalo.
Miré alrededor y ví a mi suegro, un hombre bastante delicado de salud, estaba sentado en el sofá de la sala, viendo la televisión, mi marido estaba cerca de nuestro hijo, riéndose (por la canción, supongo, ¿dónde la habría oído?), les salude a los dos, y me fui a mi habitación, me cambié de ropa y me dispuse a preparar la cena.
Una hora más tarde estábamos sentados alrededor de la masa de la cocina dispuestos para…. cenamos, la caída del diente y la ilusión por un regalo de un personaje nuevo en la vida de mi niño, fueron los temas de conversación.
Mi hijo se marchó a la cama inquieto por ese acontecimiento, hasta ahora, desconocido para él, pusimos el diente debajo de la almohada, y después de contarle un cuento, que apenas escuchó, se quedó dormido profundamente, (momento que aprovecho para colocar junto a su almohada una gran piruleta roja, de manera que fuese lo primero que viera al despertar).
De camino hacia mi cama, pensé, que la infancia es una época maravillosa en la vida de una persona, en ella predomina la ingenuidad, la inocencia, la capacidad de asombro…aspectos que en otras épocas de la vida, se van perdiendo irremediablemente.
Me fui a la cama queriéndole explicar todo eso a mi marido, todo eso, y mucho más, le quise explicar como me siento en el trabajo, le quise hablar de la relación con mi suegro en casa, le quise explicar como me hace sentir mi hijo, la alegría que aporta a mi vida, mis dudas con respecto a su educación, mis miedos en relación a su futuro…
Quise compartir mis inquietudes con él, y después, abrazarle apasionadamente, fundirme en sus brazos, dejarme llevar por ellos…por él…por esa pasión que, a menudo, nos arrastra hasta dejarnos exhaustos.
Pero él, cansado como estaba, después de una dura jornada laboral, (es camionero), me dijo, sin apenas mirarme, (ni escucharme), que ya hablaríamos en otra ocasión, que estaba “demasiado cansado” y necesitaba dormir.
Me acosté y me tapé con la sabana, enfadada por no poder mantener una conversación de temas que, en ese momento, me preocupaban a mí. Otras noches, el inicia conversaciones, (de trabajo casi siempre) que yo escucho con atención, o por lo menos, demuestro un mínimo de interés por hacerlo.
Me tapé con la sabana, enfadada, pensando que yo también estoy cansada, muchas veces, porque yo al igual que él, trabajo fuera de casa y dentro de ella (él, en casa, bastante menos que yo).
Me tapé con la sabana, enfadada porque esa noche, no íbamos a fundir nuestros cuerpos hasta estremecernos de gusto, porque él, estaba “demasiado cansado” para hacerlo, y cuando él decía que estaba “demasiado cansado”, no había nada que hacer…más que descansar, (con lo que él insiste, cuando la cansada soy yo).
Me tapé con la sabana, enfadada y así, enfadadísima, me dormí.
A la mañana siguiente, voy a despertar a mi hijo y le pregunto por el regalo del ratoncito Pérez, ya que no veo la piruleta por ningún sitio y me dice:
- Se la dí al abuelo.
-¿No te gustó?- le pregunté extrañada.
-Es que al abuelo, se le cayeron todos los dientes-me dijo él.
Voy rápidamente a la habitación de mi suegro, preocupada, por no saber que había pasado, quizás se había caído durante la noche, quizás estaba inconsciente y sangrando, pero al entrar en su cuarto…veo la piruleta roja de mi hijo, al lado de la dentadura postiza, que el abuelo se quita para dormir y deja en la mesilla de noche.
Vuelvo con mi hijo y mientras le acabo de vestir pienso:
-Por favor Pablo… no crezcas nunca.