miércoles, 27 de enero de 2016

MIS AMORES

MIS AMORES Nací morena y tuve el pelo corto hasta poco antes, de cumplir mi primera comunión, en ese tiempo conocí a mi primer amiguito especial, tenía 7 años, íbamos juntos a la escuela, compartíamos pupitre y autobús de regreso a casa así, entre risas y juegos, entre idas y venidas, transcurrían nuestros días hasta que, su madre, lo cambió de colegio, por razones aún desconocidas por mi, y no lo ví más. Después, llegó mi comunión y recuerdo que, en ella, lucí una larga, abundante y brillante melena, tambien recuerdo que, no hacia más que mirar en la iglesia donde se celebraba la ceremonia, a un muchacho vestido de Almirante que, ¡Bendita la casualidad! coincidimos tambien, en el mismo restaurante donde nuestras familias celebraban el banquete, y pude bailar con él, precisamente, cuando la orquesta tocaba: “Bailar pegados” de Sergio Dalma. Fué mi primer baile “agarrado” con un chico, lo recuerdo con tanta precisión, porque me pisó varias veces, ¡pobrecito! No sé quien estaba más nervioso de los dos, si él o yo. Nos dimos nuestros teléfonos pero vivíamos en distintos pueblos y nuestra relación no pasó de unas cuantas llamadas telefónicas. A los 13 años y con unas trenzas que me daban un aspecto de colegiala “empollona”, llegó mi primer beso en la boca, fué un beso tímido, como nuestro romance, porque hoy, mucho tiempo después de aquello, creo que fue eso, mi tremenda timidez, la que le empujó de manera tan rápida a los brazos de otra, otra mucho más espabilada que yo en esos menesteres del amor. Después, a mis 18 años recién cumplidos y queriendo “romper moldes” conmigo misma, mi pelo se llenó de bucles y de tinte rubio. Este era mi aspecto cuando llegó Daniel a mi vida y con él, mi primera relación profunda en todos sus aspectos, profunda y pasional hasta más no poder, ¡jamás pensé yo que se pudiera disfrutar tanto encima de un colchón! Con él lo aprendí, en realidad, aprendí a disfrutar: en la cama, en los asientos de mi coche, en el ascensor, en las butacas traseras del cine, en la moqueta de mi casa, en la ducha, en los aseos de un centro comercial... debía ser yo muy ingenua, porque tampoco sabia el vacío que deja la ausencia de una persona que tanto te llena, vació y desolación, fue lo que sentí cuando se marchó con su esposa, porque estaba casado y era a ella a quien prefería, vacío y desolación, sentimientos que tambien los descubrí con él ¡Dios cuanto dolor! Quizá, escapando de ese dolor, transformé mi imagen, me volví pelirroja y con unas maletas hechas precipitadamente, me fui de viaje a África y allí, con los más desfavorecidos del planeta, estaba Adrián, un misionero, tan solidario y tan dispuesto a consolar a los demás que, nos consolamos juntos, después…regresé a España. Ahora, me encuentro sentada en la hamaca de mi habitación, sin más compañía masculina que, el osito de peluche que tengo tumbado en mi cama. Recuerdo las palabras de mi madre que, siendo testigo de mis amoríos, me decía no hace mucho tiempo. -Niña, ten cuidado con los hombres, pueden crear adicción y yo te veo bastante “enganchada”. -¡Tonterías! Mamá- le respondía yo. Se sorprendería ella, al verme ahora, sin hombres a mi vera, se sorprendería porque hasta yo misma lo estoy. En este momento, me invade una sensación de libertad que me gusta, hacía tiempo que no me encontraba así, y la verdad, es que al igual que con mi pelo rapado, (me lo corté al regresar de África) estoy cómoda sin ellos, no sé cuanto me durará este estado pero creo que, poco tiempo, porque esta misma mañana mi amiga Raquel me ha preguntado: -Oye ¿Qué quieres que te compre por tu cumpleaños? -A mi me encantaría-le dije sin pensarlo siquiera- que saliera un mulato imponente de una enorme tarta de chocolate, y “ligerito de ropa” se acercara a mi provocativamente, para darme a probar el primer trocito. Tunina