viernes, 26 de octubre de 2007

INMA CORDOVILLA


lunes, 15 de octubre de 2007

un regalo para el viento.


UN REGALO PARA EL VIENTO

Sentada en su vieja mecedora color caoba, María recibía los últimos rayos de sol de aquel atardecer. Se encontraba junto a la ventana, meciendo sus 70 años de edad, sus recuerdos acumulados en este tiempo iban y venían al compás de la vieja mecedora, adelante, atrás, adelante, atrás…podríamos decir, que era su vida entera la que estaba meciéndose aquella tarde.

Aquel extraño compás, le hacia reflexionar sobre el misterioso funcionamiento de nuestra mente, le parecía curioso que muchas veces, nos cueste tanto recordar qué comimos ayer y sin embargo, seamos capaces de acordarnos claramente, de grandes pedazos que compusieron nuestra infancia.

Y lo hacia precisamente ahora, cuando su memoria comenzaba a jugarle malas pasadas, a menudo se le olvidaban las llaves de casa, apagar el gas o el número de su propio teléfono, se cansaba sin motivo aparente y comenzaba a ver nubes donde no las había.

Preocupada por su salud, acudió al médico y este le dijo que estaba perfectamente, que esos síntomas se debían a desgastes propios de la edad, pero ella intuía que era el principio de algo más serio.

Vivía en una pequeña casa situada en la montaña, rodeada de vegetación, del alegre canto de los pájaros y del silencio de las estrellas. Este había sido su sueño. Desde niña estaba enamorada de la Naturaleza y no paró hasta conquistar su corazón.

Le acompañaba su hija divorciada recientemente y una nieta preciosa de 7 años llamada Rocío, tan traviesa como Zipi y Zape juntos y tan alegre como la propia risa.

Con ella, jugaba durante el día y a través de esos juegos, disfrutados en su mayoría al aire libre, trataba de infundirle ese amor por el medio ambiente que ella misma sentía, le enseñaba los distintos nombres de las flores, escuchaban el canto de los grillos, contemplaban a las mariposas e imaginaban figuras mirando las nubes. Por las noches, siempre le contaba un cuento.
Aquella noche, María quiso ponerle un toque personal contándole uno, que muchos años atrás, le había contado su madre a ella, aún la recordaba…su pelo rubio…su olor a fresa…su ternura…nunca la olvidaría ¿Cómo hacerlo, habiendo sido el pilar básico de su niñez? y tal vez, en su inconsciencia, era esta la manera de hacer perdurar su recuerdo… Quién sabe.

Lo cierto, es que con su nieta atenta como un búho y tumbada en la cama de nogal que ella misma le había comprado, comenzó a decirle:

Este cuento que te voy a contar se titula “Un regalo para el viento” y es que… hace muchos, pero que muchos años, existió un país muy bello en el que vivían los colores.

El azul moraba en el cielo y desde allí, contemplaba orgulloso el incesante vuelo de las palomas, el blanco habitaba la luna, gozando de la mágica compañía de las estrellas, el verde cubría los campos y praderas, el rojo teñía las amapolas y el amarillo observaba la vida sentado en los mismísimos rayos del sol.

Se trataba por tanto, de un país muy especial, lleno de luz, alegría y color.

Sin embargo, una mañana fría de Enero, el color negro quiso adueñarse de él y llegando en forma de tormentosas nubes, atemorizó tanto a los colores que se escondieron debajo de la tierra.

El país lloraba agonizante, sin la luz de sus colores moriría sin solución, estaba esperando la muerte, cuando de pronto, un viento huracanado lleno de rabia, sopló tan fuerte que en cuestión de segundos, alejó su negrura.

El azul fué el primer color que salió de las entrañas de la tierra y volvió a su cielo querido, el blanco le siguió rápidamente y subió a la luna, el verde regresó a las praderas, el rojo buscó las amapolas y el amarillo corrió hacia el sol.

Entonces, el viento orgulloso de haber devuelto la alegría a aquel país, se dispuso a marcharse discretamente.

-Espera- le dijeron los colores agradecidos-queremos hacerte un regalo por salvar nuestras vidas.
Y un gran Arco de colores apareció ante sus narices, era el Arco Iris, ese mismo Arco que hoy, millones y millones de años más tarde, sigue presente en nuestras vidas.

Al acabar el cuento, la niña estaba dormida, su aspecto era angelical, no quiso darle un beso por no despertarla, la cubrió levemente con la sabana y se marchó a su habitación.

Fué el último recuerdo de Maria antes de entregarse a los brazos del sueño, la imagen de su nieta, ese pequeño ser: bello, diminuto y frágil, después, tan solo unos minutos después, se marchó de este mundo para siempre.

Inmaculada Cordovilla


miércoles, 3 de octubre de 2007

agradecimientos de Madrid

En primer lugar quisiera agradecer este premio a mi familia por ser las personas que más me animan, me escuchan y me ayudan tanto.

Tambien a todas las personas que día a día apoyan mi vida, mis educadores del centro de Bergara que han sabido fomentar mi afición por las letras e incluso han buscado recursos para orientarme y formarme en el proceso de escribir cada vez mejor.

A mis compañeros y amigos convertidos de repente en oyentes y críticos de mis escritos y en especial, a dos personas que además de apostar fuertemente por mí me han acompañado hasta aquí, con una entrega y disposición absoluta.

Gracias a ellas y a muchas personas más, porque con ellas y con su ayuda me supero día a día. Muchas gracias y hasta siempre.