miércoles, 27 de enero de 2016

UNA LECCIÓN DE HUMILDAD

Había una vez un teléfono móvil muy presumido, tanto que rozaba la chulería. Por este motivo el teléfono fijo y el inalámbrico, hartos de escucharle decir a diestro y siniestro que era el mejor de todos, decidieron darle una lección de humildad. Así fue como una noche, aprovechando que el teléfono móvil estaba recreándose en su propia belleza delante de un espejo, escondieron su cargador. A los pocos días, pudieron ver a un teléfono móvil demacrado y faltó de salud, pidiendo ayuda, suplicando incluso que buscasen un cargador que le devolviera la energía necesaria para su vida. Fue el teléfono fijo quien se lo devolvió a los pocos minutos de oír sus terribles lamentos, por supuesto, nunca le dijeron que ellos mismos eran los culpables de su agotamiento físico. El teléfono inalámbrico fue quien hizo la conexión a la red eléctrica entre el móvil y su cargador permitiéndole la vida. Después de esto, el teléfono móvil fue mucho más humilde, sensato y agradecido con sus compañeros, aunque eso si... nunca dejó de mirarse al espejo. TUNINA

UNA ESTRELLA FUGAZ EN LA TIERRA

La luna estaba radiante y una multitud de estrellas abrazándola hacían que fuese una noche especialmente mágica. Paula, esa mujer de aspecto menudo y piel arrugada por la edad, lo sabía, y desde la ventana de su alcoba disfrutaba del panorama. Desde niña, vivía en una casita situada en la montaña y desde cría, los paisajes ofrecidos por la propia Naturaleza la llenaban de paz. De pronto, el llanto de su nieta rompe el silencio, rápidamente la coge en brazos y trata de calmarla: -¿Qué te pasa nena mía?-le pregunta inquieta -no puedes tener hambre, ni sed, tampoco frío ¿te duele algo? Si pudieses decírmelo sería más fácil. Estrella, esa niña rubia de ojos claros y luminosa sonrisa, era demasiado pequeña para poder hacerlo, sus pocos meses de vida no se lo permitían. La noche comenzó a nublarse, las estrellas perdían brillo y la luna frunció el cejo preocupada. La chiquilla no paraba de llorar, su abuela, queriendo espantar esas lágrimas tan feas, decidió contarle un cuento. Verás, lucerito- le dijo mientras le acunaba. -Había una vez un cielo repleto de estrellas, algunas tenían un brillo sobrenatural, otras contaban con el destello adecuado y las menos afortunadas apenas tenían luz. Una noche, la luna, quiso hacerse una foto junto a ellas y les preguntó: - ¿Quiénes queréis haceros una foto conmigo? -¡Yo! -dijeron todas. -Pero ¡todas no cabéis en una foto! –Contestó la luna-, haremos una cosa, formareis grupos de estrellas con un brillo similar y cada uno de ellos, elegirá un motivo por el que pensáis que la foto saldrá bien. Después, yo me decantaré por las estrellas que más me convenzan ¿de acuerdo? -De acuerdo, - dijeron todas. A la noche siguiente, estaban agrupadas delante de la luna, esperando pacientemente a que ella les otorgase la palabra. Comenzó el grupo de estrellas que más brillaba en el firmamento. -Nosotras, te daremos el brillo que jamás has tenido en tu vida- dijeron convencidas. Esta bien, dijo la luna, que pasen las siguientes y pasó el grupo de estrellas que contaban con el brillo adecuado. -Nosotras, te ofrecemos una iluminación perfecta.-Dijeron contentas. Esta bien, dijo de nuevo la luna, que pasen las siguientes, entonces pasó un puñado de estrellas con muy poca luz. -Nosotras, te regalamos una luz tenue y romántica.-Dijeron muy tímidas. Es una elección difícil- comentó la luna después de escucharlas a todas- ¿Con qué grupo de estrellas quedará mejor la foto? ¡Ya esta! Dijo de pronto, me quedaré con las que brillan menos. -¿Por su luz tenue y romántica? Eso es una cursilería- dijeron muchas. - No, porque con ellas... brillaré aún más –contestó la luna orgullosa. -¡Yo sé de alguien que podría eclipsarte! - Se oyó decir a lo lejos. -¿Quién?-Preguntaron algunas. Fuera, el cielo se cubrió de nubes, la presencia de un fuerte viento enfrió la atmósfera, las estrellas dejaron de brillar y la luna palideció. La niña estaba callada, callada y fría, en algún momento del relato había dejado de respirar. -¡Estrella!... ¡Estrella!... –gritó la abuela al percatarse. Fue inútil... la noche se la tragó.

UN NÚMERO ENTRE LETRAS

Cuenta una leyenda, que hubo un país, en el que hace muchos, muchísimos años, habitaban las letras. La a, la b, la c… todas vivían allí, alegres y contentas. Allí, nacían, crecían, se unían entre ellas y formaban palabras, frases, poemas, formaban escritos que contaban sus vidas y que luego transmitían a otros países en forma de libros. Un día, apareció en la plaza del pueblo, un número cardinal, nunca se supo si llegó de otro planeta, si estaba perdido, o si alguien lo trajo de algún país exótico, lo cierto, es que fue rechazado por ser diferente. Aquella tarde, las letras F y S salieron a dar un paseo y al volver a sus casas, se lo encontraron. Entonces dijeron: - ¡Mira que ser más extraño! alto, delgado y negro ¿Quién será? -Soy el 1-contestaba el número tímidamente. -¿Qué haremos con él?-seguían diciendo sin escucharle apenas-No podemos unirlo a nosotras, con él no podemos formar palabras, no es una letra. -Soy el primer número de mi serie -decía el 1 alzando su voz. -Nos pareces un tipo muy raro-le gritaron la F y la S al unísono. -El 1 pasó la noche llorando en soledad, sintiéndose desgraciado. A la mañana siguiente, la W pasó por allí y le vio llorar, preocupada le preguntó el motivo de su llanto. El Nº 1 le dijo-Es que soy diferente a vosotras. No sé como llegué aquí, pero sé que nadie me quiere, por eso, me iré. La W le contestó: Mira, se me ocurre una idea, ven a mi casa y te explicaré mi plan, pero antes, secaté esas lágrimas, no soporto verte sufrir. El 1 así lo hizo, secó sus lágrimas y le siguió obediente hasta su casa. Una vez allí la W le propuso: -Voy a disfrazarte de I, así no tendrás problemas, todos creerán que eres una letra y podrás llevar una vida como cualquiera de nosotras ¿Qué te parece? -Muy bien-contestó el Nº 1. Así, vivió durante diez años, tiempo en el que, como si se tratara de un gran árbol, echó raíces. Ahora, sentía que no podía vivir en ningún otro lugar, era feliz allí. Un día, decidió quitarse el disfraz y mostrarse en la plaza del pueblo tal y como era. -¡El que no quiera mirarme que cierre los ojos! pensó, quitándose un gran peso de encima. Nadie le miró, por eso, las letras al chocarse unas con otras murieron todas.

QUE HABLE AHORA O CALLE PARA SIEMPRE

... ”Que hable ahora o calle para siempre” estas eran las palabras que el sacerdote estaba pronunciando en ese mismo momento. ... “Que hable ahora o calle para siempre, palabras que retumbaban en su cabeza sin saber que rumbo tomar, ¿Qué hacer? tenía que decidirlo en cuestión de segundos y en cuestión de segundos, le vino el recuerdo de la noche anterior, en la que el hombre que ahora se estaba casando (con otra), estaba en sus brazos. ¿Qué como llegó allí? Tal vez la casualidad, el destino, unas cuantas copas de más… en fin, a ella siempre le gustó, pero era el novio de su mejor amiga y... la verdad, nunca tuvo suerte con los hombres, todos los que le gustaban o estaban comprometidos o eran gays. Pero anoche, él estuvo en sus brazos, de acuerdo, una serie de casualidades influyeron para que esto fuese así, no se puede decir que fuese el amor precisamente quien los empujara con tanta precipitación hacia la cama, pero ¿y qué? Fue suyo y a ella siempre le gustó, lo que pasa es que a él no (al menos, no de la misma manera) y se lo dijo nada más despertar, le dijo que la situación se le había escapado de las manos, que lo sentía mucho… -Pues que pena- pensó ella, sin sentirlo en absoluto. Y ahora en su boda, cuando se estaba casando con otra, tenía que decidir si hablar o callar para siempre, vuelve a oír al sacerdote diciendo: …Que hable ahora o calle para siempre…y optó por callar sí, por ella, por él, por su amiga…optó por callar y lo haría… para siempre.

MIS AMORES

MIS AMORES Nací morena y tuve el pelo corto hasta poco antes, de cumplir mi primera comunión, en ese tiempo conocí a mi primer amiguito especial, tenía 7 años, íbamos juntos a la escuela, compartíamos pupitre y autobús de regreso a casa así, entre risas y juegos, entre idas y venidas, transcurrían nuestros días hasta que, su madre, lo cambió de colegio, por razones aún desconocidas por mi, y no lo ví más. Después, llegó mi comunión y recuerdo que, en ella, lucí una larga, abundante y brillante melena, tambien recuerdo que, no hacia más que mirar en la iglesia donde se celebraba la ceremonia, a un muchacho vestido de Almirante que, ¡Bendita la casualidad! coincidimos tambien, en el mismo restaurante donde nuestras familias celebraban el banquete, y pude bailar con él, precisamente, cuando la orquesta tocaba: “Bailar pegados” de Sergio Dalma. Fué mi primer baile “agarrado” con un chico, lo recuerdo con tanta precisión, porque me pisó varias veces, ¡pobrecito! No sé quien estaba más nervioso de los dos, si él o yo. Nos dimos nuestros teléfonos pero vivíamos en distintos pueblos y nuestra relación no pasó de unas cuantas llamadas telefónicas. A los 13 años y con unas trenzas que me daban un aspecto de colegiala “empollona”, llegó mi primer beso en la boca, fué un beso tímido, como nuestro romance, porque hoy, mucho tiempo después de aquello, creo que fue eso, mi tremenda timidez, la que le empujó de manera tan rápida a los brazos de otra, otra mucho más espabilada que yo en esos menesteres del amor. Después, a mis 18 años recién cumplidos y queriendo “romper moldes” conmigo misma, mi pelo se llenó de bucles y de tinte rubio. Este era mi aspecto cuando llegó Daniel a mi vida y con él, mi primera relación profunda en todos sus aspectos, profunda y pasional hasta más no poder, ¡jamás pensé yo que se pudiera disfrutar tanto encima de un colchón! Con él lo aprendí, en realidad, aprendí a disfrutar: en la cama, en los asientos de mi coche, en el ascensor, en las butacas traseras del cine, en la moqueta de mi casa, en la ducha, en los aseos de un centro comercial... debía ser yo muy ingenua, porque tampoco sabia el vacío que deja la ausencia de una persona que tanto te llena, vació y desolación, fue lo que sentí cuando se marchó con su esposa, porque estaba casado y era a ella a quien prefería, vacío y desolación, sentimientos que tambien los descubrí con él ¡Dios cuanto dolor! Quizá, escapando de ese dolor, transformé mi imagen, me volví pelirroja y con unas maletas hechas precipitadamente, me fui de viaje a África y allí, con los más desfavorecidos del planeta, estaba Adrián, un misionero, tan solidario y tan dispuesto a consolar a los demás que, nos consolamos juntos, después…regresé a España. Ahora, me encuentro sentada en la hamaca de mi habitación, sin más compañía masculina que, el osito de peluche que tengo tumbado en mi cama. Recuerdo las palabras de mi madre que, siendo testigo de mis amoríos, me decía no hace mucho tiempo. -Niña, ten cuidado con los hombres, pueden crear adicción y yo te veo bastante “enganchada”. -¡Tonterías! Mamá- le respondía yo. Se sorprendería ella, al verme ahora, sin hombres a mi vera, se sorprendería porque hasta yo misma lo estoy. En este momento, me invade una sensación de libertad que me gusta, hacía tiempo que no me encontraba así, y la verdad, es que al igual que con mi pelo rapado, (me lo corté al regresar de África) estoy cómoda sin ellos, no sé cuanto me durará este estado pero creo que, poco tiempo, porque esta misma mañana mi amiga Raquel me ha preguntado: -Oye ¿Qué quieres que te compre por tu cumpleaños? -A mi me encantaría-le dije sin pensarlo siquiera- que saliera un mulato imponente de una enorme tarta de chocolate, y “ligerito de ropa” se acercara a mi provocativamente, para darme a probar el primer trocito. Tunina

mi aniversario

MI ANIVERSARIO Me despierto sobresaltada y miro el reloj. Son las diez en punto de la mañana y recuerdo que es mi aniversario. Esto, siempre fue motivo de gozo en mi vida, sin embargo hoy... me siento apenada. Cumplo 55 años y estoy triste, como el nuevo día que llega a nuestras vidas, ya que al descorrer las cortinas de la ventana de mi cuarto, veo que está lloviendo. Nadie me ha felicitado. Mi marido se marchó temprano a trabajar y quizás, por no despertarme, no lo hizo ¿o fue porque no se acordaba del día que era? Quiero pensar que ha sido por no despertarme, deseo más pensar eso, a mi edad, he aprendido a rodearme de pensamientos apetecibles. Me he vuelto muy selectiva con todo lo referente a mi vida: exigente con las personas que me rodean, desconfiada con las noticias que me cuentan mis amigas, impaciente con mis obligaciones diarias... ¿será la edad? Mis hijos, tampoco me han felicitado, lo harán, estoy segura de ello, aunque estén muy ocupados, aunque estén lejos de casa, me llamarán por teléfono, son muy buenos, sobre todo buenas personas. Erika es bella desde que nació, sensata como nadie y tenaz con cada proyecto que se plantea en la vida. En estos momentos, se encuentra en Inglaterra perfeccionando su Ingles, trabaja en una peluquería tres días por semana, imparte clases de piano y colabora en un comedor infantil. Me escribe muchas cartas contándome lo que hace, mensajes que yo espero con impaciencia y después guardo en una caja como si fuese “Oro en paño”, me dice que no tiene novio, a mí me extraña, porque es inteligente y su trato es dulce y agradable. Confío en ella, de todas maneras es pronto, tiene toda la vida por delante. Sueña con ser azafata y viajar por todo el mundo, sin duda, acabará consiguiéndolo. Cuando era una cría, se quedaba boquiabierta viendo pasar los aviones y me decía señalando el cielo con su dedito: - Mamá, mira un vion, yo quero uno para mí, compameló. Yo le decía: - Hija, para poderlo hacer hay que ahorrar mucho. Y se quedaba muy triste, su carita de pena me llegaba al alma. David en cambio, es: orgulloso, cabezota y rebelde. Hasta el pelo tiene rebelde. Cuando era un bebé, tenía que dar gomina en su cabeza para peinarlo decentemente o pegarle suavemente en la boca por sacar la lengua y morder a todas mis amigas. Más tarde, siendo ya un jovencito de catorce años, era contestón y algo grosero: robaba caramelos en las tiendas del barrio, se reía del cura del pueblo, subía las faldas a las amigas de Erika, no hacia los deberes, rompía los cristales de las ventanas de mis vecinos... pero contaba con un corazón grandísimo. Me acuerdo cuando se arrojó al mar para salvar a un amigo de una muerte segura, las olas eran tremendas y el frío descomunal, puso en riesgo su propia vida, pero logró salvarlo, nunca aceptó ningún tipo de agradecimiento, ni siquiera las gracias, decía que los amigos estaban para eso, para sacarte de apuros, que había hecho lo que debía hacer ¡nada más! Y a mí, “se me caía la baba” por su valentía y bondad. Ahora, está en Barcelona, trabaja en un grupo musical y con sus conciertos, recorren la península Ibérica. Se ha dejado el pelo largo, lleva pendiente, se viste con ropa negra y ha tatuado su piel. A decir verdad, a mi no me gusta lo que hace, pero no pude quitar la idea de su cabeza. Está alegre y disfruta, al final... es lo importante. Son jóvenes: Erika tiene 23 años y David 20, están sanos y fuertes como robles, tienen ímpetu, están llenos de sueños y viven felices fuera de casa, sí, es ley de vida, ellos tienen que volar de mi lado, pero... ¡les echo tanto de menos! Recuerdo cuando eran crios, tan miedosos con todo, tan indefensos y dependientes de mí. Ahora, años más tarde, cuando están criados y educados, se alejan de mi vida, es ley de vida, pero me siento vacía sin ellos ¿por eso estaré tan triste? Me voy a duchar, después, aprovecharé para limpiar el desván, que tiene una necesidad tremenda, siempre olvidado por mi falta de tiempo y hoy tiempo... me sobra. Son las 11 de la mañana, recién duchada y vestida con una vieja bata color rosa, que por cierto, ¡le falta un botón! Cojo la escoba, el trapo de recoger el polvo, una bolsa de basura, el recogedor, un pañuelo para cubrir mi cabeza y voy decidida hacía el desván. Lo primero que veo, es un lienzo inacabado, es una obra pendiente en mi vida, como tantas otras que comienzo y no termino. Pintar es una de mis pasiones, hace un año, hice un curso de pintura, pero al final, nunca concluyo mis acciones. Me pasó lo mismo con las clases de ingles y con la natación, quise aprender a nadar y no lo conseguí, por lo menos, conseguí quitar ese miedo tan atroz al agua. Retiro el lienzo para poder pasar y limpiar con desenvoltura unos libros cubiertos de telarañas, ¡tenía que haber venido antes a limpiar! ¡Cuanta porquería! Tengo apilados en una estantería libros de todo tipo: novelas, libros de cocina, cuentos, recortes de periódicos, revistas, mapas y hasta un diccionario de bolsillo... Creo que mi vida se ha formado con todos esos textos que ahora estoy limpiando. En una esquina del desván, veo una bicicleta, le falta un pedal, tiene las ruedas desinfladas y el manillar roto, pero... ¡Qué bonita era! Hace años, su color rosa llamaba la atención de todas las niñas del barrio, tenía una cesta de mimbre con unas flores preciosas. Fue el regalo que le hicimos a mi hija cuando cumplió nueve años de edad ¡lloraba de la emoción! De pronto, una bolsa de plástico llama mi atención ¿Qué contendrá? Me acerco, la intento abrir, está atada con varias cuerdas y los nudos están muy apretados, ¿Quién la ataría tan fuerte? Consigo abrirla, meto la mano y saco: un tablero de parchís grandísimo, dos juegos de damas, un ajedrez de cristal, naipes, un cubilete y unos dados de colores. Cuando Erika era niña, pasábamos tardes enteras jugando a la cucaracha ¡Cómo nos reíamos! Vuelvo a meter todo en la bolsa, la ato con nudos bien apretados y dejo todo como estaba... no son más que juegos de mesa. Muy cerca, veo unas maletas, las reconozco enseguida, son las mismas maletas que mi marido y yo llevamos en nuestra Luna de Miel. Me acuerdo de todo con una precisión increíble: El viaje en avión ¡Qué miedo pasé! El hotel ¡Qué elegante y que grande era! El mar ¡Qué bonito! Desde que era niña me gustaba contemplarlo ¡pasaba horas haciéndolo! La primera noche con mi marido en la cama... ¡Qué nervios! Antes de que él empezara a tocar mi cuerpo yo ya estaba sudando, fue en Canarias, era el destino de moda para las parejas recién casadas de entonces y por supuesto, “mi primera vez”, fue después de casada ¡Qué tiempos aquellos! ¡Cómo ha cambiado la vida! Yo con mis hijos, no hablo de estos temas, para mí aún son tabú, pero estoy segura que ellos saben más que yo. De repente, una foto bastante grande llama mi atención, es muy antigua, está descolorida y algo rota, veo con claridad la imagen de unos crios bañándose en el mar. Somos mi marido y yo, me acuerdo perfectamente de aquel verano en San Sebastián, fuimos con nuestras respectivas familias a pasar unos días y nosotros presumíamos de nuestro noviazgo. Aún no sabíamos que era el amor, pero mira, cuarenta años más tarde... seguimos juntos. ¡Vaya estragos que hace el tiempo en nuestros cuerpos! ¡Cómo los deteriora! Aunque yo, a mis 55 años, no estoy nada mal, aún me siento atractiva, me cuido bastante, llevo una dieta equilibrada, acudo a un gimnasio regularmente, procuro vestirme con ropa que me favorece y el maquillaje y el corrector de ojeras no me faltan. En cambio, mi marido si que ha perdido con el paso de los años, ¡pobrecillo! Ha perdido pelo sobre todo, a decir verdad, está completamente calvo y ha ganado peso, (sobrepeso, diría yo) tiene muchas arrugas en su piel y sus pasos se han vuelto lentos ¡con lo guapo que era hace cuarenta años! Sin embargo, sigue siendo ese hombre tierno del que me enamoré hace muchísimo tiempo. De pronto, un ruido me hace volver de mis pensamientos. Me giro asustada y veo a mi marido. Lleva un ramo de rosas y me dice: -Felicidades cariño, es tu aniversario, he pedido la tarde libre en la oficina, ¿vamos a comer fuera? Emocionada, salto a sus brazos, pensando: -¡Dios! Pero que guapo sigo viendo a mi marido.

LÓGICA INFANTIL

El 20 de Julio de 1969 era sábado y hacía un calor espantoso. Alba se encontraba sentada en su pequeña silla de mimbre viendo la televisión. En su regazo estaba Lucas, un gato blanco precioso que le habían comprado por su cuarto cumpleaños, ahora tenia cinco años y estaba esperando un hermanito. Adoraba a su mascota casi tanto como a su muñeca Piluca, era su preferida: rubia de ojos claros y sonrisa perpetua a la que, de tanto jugar con ella, le faltaba un brazo. Estaba junto a ellos, vestida con su pequeño camisón rosa y descalza debido al sofocante calor, cuando un informativo da la noticia bomba: Neil Armstrong, comandante del módulo Lunar Apolo 11, se ha convertido en el primer ser humano que ha pisado la luna, sus primeras palabras al sentar el pie en nuestro satélite han sido: “Este es un pequeño paso para el ser humano pero un brinco gigante para la humanidad”... Alba asombrada, grita de repente: -Papá, Papá, ven rápido, corre, ven... -¿Qué pasa hija?-le dice su padre viniendo alarmado de la cocina. -Mira la televisión y escucha. -Sí, hija, el hombre ha pisado la luna por primera vez, es una gran noticia- le dice, tras mirar la tele unos segundos. -Pero papá eso es mentira y tu me dices que no hay que engañar a nadie. -Alba, eso no es mentira, esta mañana, es lo primero que he leído en el periódico, anunciaban la noticia con grandes titulares, la radio también lo ha dicho, se trata de un hecho histórico de gran importancia. -Pero papá, eso no puede ser. -Es difícil de creer Alba pero hemos pisado la luna ¿no te parece bonito? -Papá eso no es verdad- repite Alba insistente. -Es verdad hija- le dice su padre, irritado por tanta insistencia -No es verdad. -A ver Alba ¿por qué dices que es mentira? Le dice su padre, extrañado por la incredulidad de esa pequeña niña que todas las noches, se traga sin ningún problema todos los cuentos de hadas imaginables. -Porque en esa pequeña rodaja de melón, que yo veo de noche en el cielo... ¡una persona no cabe!

El primero de los últimos

EL PRIMERO DE LOS ÚLTIMOS El reloj de Pablo siempre estaba diez minutos adelantado, pensaba que de esta manera, llegaría siempre el primero a cualquier sitio. Pero esto nunca fue así, otros llegaban siempre antes y lo convertían en él último. Era el pequeño de sus hermanos porque nació él ultimo, era el último en despertar por las mañanas, él ultimo niño que entraba en clase después del recreo, fue él ultimo de sus amigos en salirle barba, era el último en tomar decisiones, fue ultimo en casarse... Un día, cayó en sus manos un periódico local que anunciaba una carrera de últimos, el premio sería para él ultimo que llegara a meta, Pablo decidió inscribirse pensando que sin duda ganaría. El día de la carrera llegó y Pablo estaba en la pista esperando la señal de salida, el sonido de un silbato dió la orden y comenzó a caminar muy despacio. -Tengo que dar pasos lentos, tengo que avanzar lentamente... -se recordaba a si mismo con cada pisada. Nunca miraba atrás, concentrado en su propósito se decía una y otra vez- Tengo que dar pasos lentos, tengo que avanzar lentamente... Los demás corredores apenas se movieron entonces... llegó el primero.

Como la vida misma

Es viernes por la tarde, termino mi jornada laboral, no tengo que volver a ella hasta el lunes. Trabajo en una tienda de comestibles desde hace dos años. Al llegar a casa, oigo la voz infantil de mi niño que, con siete años recién cumplidos, canturreaba: -Devórame otra vez…devórame otra vez… Al verme, saltó a mis brazos diciendo: -Mira mamá ¡se me ha caído un diente! Yo, dándole un beso en la mejilla, le digo: -¡Que bien! esta noche lo pondremos debajo de la almohada, y ya verás como, mañana, el ratoncito Pérez te traerá un regalo. Miré alrededor y ví a mi suegro, un hombre bastante delicado de salud, estaba sentado en el sofá de la sala, viendo la televisión, mi marido estaba cerca de nuestro hijo, riéndose (por la canción, supongo, ¿dónde la habría oído?), les salude a los dos, y me fui a mi habitación, me cambié de ropa y me dispuse a preparar la cena. Una hora más tarde estábamos sentados alrededor de la masa de la cocina dispuestos para…. cenamos, la caída del diente y la ilusión por un regalo de un personaje nuevo en la vida de mi niño, fueron los temas de conversación. Mi hijo se marchó a la cama inquieto por ese acontecimiento, hasta ahora, desconocido para él, pusimos el diente debajo de la almohada, y después de contarle un cuento, que apenas escuchó, se quedó dormido profundamente, (momento que aprovecho para colocar junto a su almohada una gran piruleta roja, de manera que fuese lo primero que viera al despertar). De camino hacia mi cama, pensé, que la infancia es una época maravillosa en la vida de una persona, en ella predomina la ingenuidad, la inocencia, la capacidad de asombro…aspectos que en otras épocas de la vida, se van perdiendo irremediablemente. Me fui a la cama queriéndole explicar todo eso a mi marido, todo eso, y mucho más, le quise explicar como me siento en el trabajo, le quise hablar de la relación con mi suegro en casa, le quise explicar como me hace sentir mi hijo, la alegría que aporta a mi vida, mis dudas con respecto a su educación, mis miedos en relación a su futuro… Quise compartir mis inquietudes con él, y después, abrazarle apasionadamente, fundirme en sus brazos, dejarme llevar por ellos…por él…por esa pasión que, a menudo, nos arrastra hasta dejarnos exhaustos. Pero él, cansado como estaba, después de una dura jornada laboral, (es camionero), me dijo, sin apenas mirarme, (ni escucharme), que ya hablaríamos en otra ocasión, que estaba “demasiado cansado” y necesitaba dormir. Me acosté y me tapé con la sabana, enfadada por no poder mantener una conversación de temas que, en ese momento, me preocupaban a mí. Otras noches, el inicia conversaciones, (de trabajo casi siempre) que yo escucho con atención, o por lo menos, demuestro un mínimo de interés por hacerlo. Me tapé con la sabana, enfadada, pensando que yo también estoy cansada, muchas veces, porque yo al igual que él, trabajo fuera de casa y dentro de ella (él, en casa, bastante menos que yo). Me tapé con la sabana, enfadada porque esa noche, no íbamos a fundir nuestros cuerpos hasta estremecernos de gusto, porque él, estaba “demasiado cansado” para hacerlo, y cuando él decía que estaba “demasiado cansado”, no había nada que hacer…más que descansar, (con lo que él insiste, cuando la cansada soy yo). Me tapé con la sabana, enfadada y así, enfadadísima, me dormí. A la mañana siguiente, voy a despertar a mi hijo y le pregunto por el regalo del ratoncito Pérez, ya que no veo la piruleta por ningún sitio y me dice: - Se la dí al abuelo. -¿No te gustó?- le pregunté extrañada. -Es que al abuelo, se le cayeron todos los dientes-me dijo él. Voy rápidamente a la habitación de mi suegro, preocupada, por no saber que había pasado, quizás se había caído durante la noche, quizás estaba inconsciente y sangrando, pero al entrar en su cuarto…veo la piruleta roja de mi hijo, al lado de la dentadura postiza, que el abuelo se quita para dormir y deja en la mesilla de noche. Vuelvo con mi hijo y mientras le acabo de vestir pienso: -Por favor Pablo… no crezcas nunca.