miércoles, 27 de enero de 2016
mi aniversario
MI ANIVERSARIO
Me despierto sobresaltada y miro el reloj. Son las diez en punto de la mañana y recuerdo que es mi aniversario. Esto, siempre fue motivo de gozo en mi vida, sin embargo hoy... me siento apenada.
Cumplo 55 años y estoy triste, como el nuevo día que llega a nuestras vidas, ya que al descorrer las cortinas de la ventana de mi cuarto, veo que está lloviendo.
Nadie me ha felicitado. Mi marido se marchó temprano a trabajar y quizás, por no despertarme, no lo hizo ¿o fue porque no se acordaba del día que era? Quiero pensar que ha sido por no despertarme, deseo más pensar eso, a mi edad, he aprendido a rodearme de pensamientos apetecibles.
Me he vuelto muy selectiva con todo lo referente a mi vida: exigente con las personas que me rodean, desconfiada con las noticias que me cuentan mis amigas, impaciente con mis obligaciones diarias... ¿será la edad?
Mis hijos, tampoco me han felicitado, lo harán, estoy segura de ello, aunque estén muy ocupados, aunque estén lejos de casa, me llamarán por teléfono, son muy buenos, sobre todo buenas personas.
Erika es bella desde que nació, sensata como nadie y tenaz con cada proyecto que se plantea en la vida. En estos momentos, se encuentra en Inglaterra perfeccionando su Ingles, trabaja en una peluquería tres días por semana, imparte clases de piano y colabora en un comedor infantil.
Me escribe muchas cartas contándome lo que hace, mensajes que yo espero con impaciencia y después guardo en una caja como si fuese “Oro en paño”, me dice que no tiene novio, a mí me extraña, porque es inteligente y su trato es dulce y agradable. Confío en ella, de todas maneras es pronto, tiene toda la vida por delante.
Sueña con ser azafata y viajar por todo el mundo, sin duda, acabará consiguiéndolo. Cuando era una cría, se quedaba boquiabierta viendo pasar los aviones y me decía señalando el cielo con su dedito:
- Mamá, mira un vion, yo quero uno para mí, compameló.
Yo le decía:
- Hija, para poderlo hacer hay que ahorrar mucho.
Y se quedaba muy triste, su carita de pena me llegaba al alma.
David en cambio, es: orgulloso, cabezota y rebelde. Hasta el pelo tiene rebelde. Cuando era un bebé, tenía que dar gomina en su cabeza para peinarlo decentemente o pegarle suavemente en la boca por sacar la lengua y morder a todas mis amigas.
Más tarde, siendo ya un jovencito de catorce años, era contestón y algo grosero: robaba caramelos en las tiendas del barrio, se reía del cura del pueblo, subía las faldas a las amigas de Erika, no hacia los deberes, rompía los cristales de las ventanas de mis vecinos... pero contaba con un corazón grandísimo.
Me acuerdo cuando se arrojó al mar para salvar a un amigo de una muerte segura, las olas eran tremendas y el frío descomunal, puso en riesgo su propia vida, pero logró salvarlo, nunca aceptó ningún tipo de agradecimiento, ni siquiera las gracias, decía que los amigos estaban para eso, para sacarte de apuros, que había hecho lo que debía hacer ¡nada más! Y a mí, “se me caía la baba” por su valentía y bondad.
Ahora, está en Barcelona, trabaja en un grupo musical y con sus conciertos, recorren la península Ibérica. Se ha dejado el pelo largo, lleva pendiente, se viste con ropa negra y ha tatuado su piel. A decir verdad, a mi no me gusta lo que hace, pero no pude quitar la idea de su cabeza. Está alegre y disfruta, al final... es lo importante.
Son jóvenes: Erika tiene 23 años y David 20, están sanos y fuertes como robles, tienen ímpetu, están llenos de sueños y viven felices fuera de casa, sí, es ley de vida, ellos tienen que volar de mi lado, pero... ¡les echo tanto de menos!
Recuerdo cuando eran crios, tan miedosos con todo, tan indefensos y dependientes de mí. Ahora, años más tarde, cuando están criados y educados, se alejan de mi vida, es ley de vida, pero me siento vacía sin ellos ¿por eso estaré tan triste?
Me voy a duchar, después, aprovecharé para limpiar el desván, que tiene una necesidad tremenda, siempre olvidado por mi falta de tiempo y hoy tiempo... me sobra.
Son las 11 de la mañana, recién duchada y vestida con una vieja bata color rosa, que por cierto, ¡le falta un botón! Cojo la escoba, el trapo de recoger el polvo, una bolsa de basura, el recogedor, un pañuelo para cubrir mi cabeza y voy decidida hacía el desván.
Lo primero que veo, es un lienzo inacabado, es una obra pendiente en mi vida, como tantas otras que comienzo y no termino. Pintar es una de mis pasiones, hace un año, hice un curso de pintura, pero al final, nunca concluyo mis acciones. Me pasó lo mismo con las clases de ingles y con la natación, quise aprender a nadar y no lo conseguí, por lo menos, conseguí quitar ese miedo tan atroz al agua.
Retiro el lienzo para poder pasar y limpiar con desenvoltura unos libros cubiertos de telarañas, ¡tenía que haber venido antes a limpiar! ¡Cuanta porquería!
Tengo apilados en una estantería libros de todo tipo: novelas, libros de cocina, cuentos, recortes de periódicos, revistas, mapas y hasta un diccionario de bolsillo... Creo que mi vida se ha formado con todos esos textos que ahora estoy limpiando.
En una esquina del desván, veo una bicicleta, le falta un pedal, tiene las ruedas desinfladas y el manillar roto, pero... ¡Qué bonita era! Hace años, su color rosa llamaba la atención de todas las niñas del barrio, tenía una cesta de mimbre con unas flores preciosas. Fue el regalo que le hicimos a mi hija cuando cumplió nueve años de edad ¡lloraba de la emoción!
De pronto, una bolsa de plástico llama mi atención ¿Qué contendrá? Me acerco, la intento abrir, está atada con varias cuerdas y los nudos están muy apretados, ¿Quién la ataría tan fuerte? Consigo abrirla, meto la mano y saco: un tablero de parchís grandísimo, dos juegos de damas, un ajedrez de cristal, naipes, un cubilete y unos dados de colores. Cuando Erika era niña, pasábamos tardes enteras jugando a la cucaracha ¡Cómo nos reíamos! Vuelvo a meter todo en la bolsa, la ato con nudos bien apretados y dejo todo como estaba... no son más que juegos de mesa.
Muy cerca, veo unas maletas, las reconozco enseguida, son las mismas maletas que mi marido y yo llevamos en nuestra Luna de Miel. Me acuerdo de todo con una precisión increíble: El viaje en avión ¡Qué miedo pasé! El hotel ¡Qué elegante y que grande era! El mar ¡Qué bonito! Desde que era niña me gustaba contemplarlo ¡pasaba horas haciéndolo! La primera noche con mi marido en la cama... ¡Qué nervios! Antes de que él empezara a tocar mi cuerpo yo ya estaba sudando, fue en Canarias, era el destino de moda para las parejas recién casadas de entonces y por supuesto, “mi primera vez”, fue después de casada ¡Qué tiempos aquellos! ¡Cómo ha cambiado la vida! Yo con mis hijos, no hablo de estos temas, para mí aún son tabú, pero estoy segura que ellos saben más que yo.
De repente, una foto bastante grande llama mi atención, es muy antigua, está descolorida y algo rota, veo con claridad la imagen de unos crios bañándose en el mar. Somos mi marido y yo, me acuerdo perfectamente de aquel verano en San Sebastián, fuimos con nuestras respectivas familias a pasar unos días y nosotros presumíamos de nuestro noviazgo. Aún no sabíamos que era el amor, pero mira, cuarenta años más tarde... seguimos juntos.
¡Vaya estragos que hace el tiempo en nuestros cuerpos! ¡Cómo los deteriora! Aunque yo, a mis 55 años, no estoy nada mal, aún me siento atractiva, me cuido bastante, llevo una dieta equilibrada, acudo a un gimnasio regularmente, procuro vestirme con ropa que me favorece y el maquillaje y el corrector de ojeras no me faltan.
En cambio, mi marido si que ha perdido con el paso de los años, ¡pobrecillo! Ha perdido pelo sobre todo, a decir verdad, está completamente calvo y ha ganado peso, (sobrepeso, diría yo) tiene muchas arrugas en su piel y sus pasos se han vuelto lentos ¡con lo guapo que era hace cuarenta años! Sin embargo, sigue siendo ese hombre tierno del que me enamoré hace muchísimo tiempo.
De pronto, un ruido me hace volver de mis pensamientos. Me giro asustada y veo a mi marido. Lleva un ramo de rosas y me dice:
-Felicidades cariño, es tu aniversario, he pedido la tarde libre en la oficina, ¿vamos a comer fuera?
Emocionada, salto a sus brazos, pensando:
-¡Dios! Pero que guapo sigo viendo a mi marido.