miércoles, 30 de enero de 2008

La aritmetica de la vida

LA ARITMETICA DE LA VIDA

El amor no tiene edad, ni raza, ni religión, llega cuando llega y cuando llega ¡Zas! Te quedas atrapado en sus garras para siempre.

Daniel, lo pudo comprobar a una edad muy temprana. Apenas era un niño, cuando se enamoró de su profesora de matemáticas.

Situado en los primeros pupitres de clase, junto a esa ventana de picaportes oxidados que nunca se abrió, recibía su clase de Aritmética, cuando sus pequeños ojos se fijaron en ella.

Su pelo rubio, su manera de hablar, su cuerpo delgado…toda, de repente, le pareció distinta y esperó a la hora del recreo para contárselo a su mejor amigo. Entonces, en el patio, apartados del resto de compañeros, le dijo:

-Oye Luís ¿sabes que Rocío me gusta?
-¿Quién la “Profe”? le dijo extrañado.
-Si.
-Pués, lo tienes difícil, porque no creo que a ella le gustes tú- le respondió con un arranque de sinceridad absoluta.
-Lucharé por su amor.
-Perderás la batalla-Contestó Luis, convencido.
-Lucharé hasta conseguirlo, te lo aseguro

Aún se acuerda Daniel de esa conversación mantenida con su amigo en el patio de la escuela.

Aquel patio de grandes verjas y cemento resquebrajado en el suelo, que tantas heridas le produjo en las rodillas jugando al fútbol, y esa escuela sin calefacción en invierno y con un gran crucifijo en la entrada, marcaron su infancia.

Era una mañana de Enero y hacía mucho frío, tanto que sus palabras, se mostraban al aire tiritonas, igual que sus manos y sus pies, a pesar de los gruesos guantes de cuero y las botas altísimas que vestían los dos.

Su cuerpo, estaba cubierto con un abrigo de grandes zurcidos y descolorido por el uso, que estaba pidiendo a gritos que otro le relevara, pero la economía familiar, no podía permitírselo, hasta al menos, el año siguiente y en su cabeza lucía un hermoso gorro blanco de lana tejido por su madre y heredado de su hermano mayor.

En realidad, Daniel heredaba toda la ropa que usaba, de sus hermanos, ya que era el pequeño de cinco más, pero esto a él, nunca le importó. Era comprensivo y tolerante como pocos niños de su edad y estas cualidades, se reflejaban también en clase, era un ejemplo como compañero, siempre ayudando a los demás y la presencia de muchos amigos, llenaba su vida.

Han pasado 15 años de esa conversación con su amigo del alma, de esa mañana de frío espantoso, de esa etapa de su vida tan escasa en recursos económicos, como feliz y Rocío está en su cama.

La mira y ve a una mujer madura pero muy atractiva, acaricia la piel suave de su cara, toca su pelo, largo y rubio como cuando era un niño, en su aroma, reconoce el olor a Lavanda que desprendía al pasar por aquellos pupitres de clase, su cuerpo sigue siendo delgado, pero ahora, se fija más en sus curvas, su blancura y desnudez entre las sábanas de algodón, le atraen poderosamente, la siente cerca y la contempla.

La contempla en silencio, no quiere despertarla, la contempla largamente y disfruta de su imagen, de su sueño, porque eso es Rocío para él, un sueño perseguido desde la infancia y hecho realidad.

De pronto, despierta y acercándose a él suavemente, le dice al oído:

-Te quiero.

-¿Cómo lo sabes? Coincidimos anoche en una fiesta y quizás, fué esa música lenta, el alcohol que consumimos y el deseo de nuestros cuerpos en la madrugada, quien nos empujó hasta mi apartamento- dijo, recostándose sobre ella.
-Te quiero-repite Rocío, sellando su boca con un beso y ocultando ese amor que tambien ella, empezó a sentir, cuando hace años, estaba enseñándole Aritmética.


Inmaculada Cordovilla.